lunes, 29 de septiembre de 2008



¡Ay de mí si no evangelizara!

Me pregunto si también resuena en nosotros este grito del apóstol Pablo ¡AY de mi si no evangelizara! (1 Co 9,16)…No es un grito de temor, sino un deseo vital, una fuerza imperiosa que clama desde lo profundo, como si la vida dependiera sólo de eso.

La Iglesia existe para evangelizar, los bautizados existimos para evangelizar, esa es nuestra primera y mayor misión: Continuar la misión de Jesús de dar a conocer la Buena Noticia del Reino a todas las criaturas hasta los confines de la tierra…y no hay otra razón más grande que ésta para ser cristianos: dejarse amar por Dios, amarlo y darlo a conocer a otros, para que también experimenten la fuerza liberadora y salvadora de su amor.

Celebramos en la Iglesia universal el mes de las misiones. La Iglesia como madre y maestra que es, sabe que necesitamos momentos puntuales para “hacer memoria”, y recordar de manera especial algunos acontecimientos, porque los humanos tendemos a hacer nuestra vida rutinaria. Pero ¿acaso habrá que recordarnos nuestra razón de ser? ¿Es que los cristianos hemos perdido nuestra conciencia de quiénes somos? Tal vez la hemos perdido un poco.

El documento de Aparecida de alguna manera cuestiona la evangelización de América Latina, preguntándose ¿cómo puede ser que el continente americano, el continente de la esperanza para la Iglesia, donde casi su totalidad se declara cristiana, sea un continente con tantas desigualdades sociales? ¿Qué hemos hecho de la Buena Noticia? ¿Hemos en verdad anunciado a Jesucristo?

Tal vez la respuesta sea que no hemos evangelizado bien, que los bautizados lo somos por costumbre cultural o social y no hemos tomado conciencia de la radical vocación que subyace en nuestro ser de bautizados. Cuando Jesús envía a los Apóstoles después de la resurrección les dice “Vayan por todo el mundo y hagan que todos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo... (Mt. 28,19-20) Ser discípulos y ser bautizados son puestos por Jesús en el mismo nivel, no se puede ser bautizado sin ser discípulo.

Y ¿Qué es ser discípulo? Ser discípulo es estar a los pies de Jesús, como María de Betania, escuchando su Palabra; es tomarse cada día el tiempo necesario para estar a solas orando, dialogando en intimidad con Él; es dejar que el amor de Dios transforme nuestra vida y sea ese fuego que nos quema dentro , como dice el Profeta Jeremías, y no podamos callarlo; es ir “de pueblo en pueblo, anunciando el que el Reino de Dios está, sanado las dolencias de la gente, expulsando los demonios que las oprimen” (Cf. Lc 9,1-6).

Existen innumerables realidades que evangelizar, la misión ad gentes, ya no es exclusivamente “ir a lugares geográficos donde el anuncio del evangelio no llegó”. La misión ad gentes, de alguna manera esta en medio de nosotros. Hoy el envío de Jesús a evangelizar a todos vuelve a ser nuevo y urgente. Nuestros ambientes están descristianizados, la violencia que acecha nuestros hogares, nuestras escuelas, la falta de sentido en tantos jóvenes y no tan jóvenes, el surgimiento de nuevas culturas juveniles que atentan contra la integridad física, psíquica y moral de nuestros chicos, la falta de moral en las cuestiones más básicas de la convivencia social, la pobreza creciente, las diferencias sociales escandalizantes en nuestro mundo en nuestro país, las posturas de los que gobiernan que atentan contra el derecho más fundamental de la vida, la excesiva mentira que ronda nuestra sociedad… todo nos está llamando, y nos está invitando como Jesús a sus discípulos “Vayan…Yo los envío”. Sí, el Señor nos vuelve a llamar y a enviar hoy, nos sigue pidiendo que hagamos que todos sean sus discípulos.

Pidamos a Dios su gracia, que sintamos esa fuerza imperiosa que sintieron los Apóstoles, los primeros discípulos, que sintió Pablo, que podamos exclamar como él ¡Ay de mi si no anuncio el Evangelio! Sacudamos el polvo de nuestras Biblias, escuchemos su Palabra, participemos de nuestras misas, encontrémonos a solas con nuestro Dios, para que Él nos vuelva a enamorar, como a su pueblo Israel, para que el nombre de BAUTIZADOS no sea un adorno, para que seamos en verdad DISCÍPULOS Y MISIONEROS.

Que María Reina de los Apóstoles, anime nuestra fe, y salgamos como los primeros discípulos a anunciar la Buena Noticia…el mundo la necesita.


Silvia E. Labarthe,mci

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